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Mar 7, 2020 (posted viaProZ.com): Long time no see, WIWO! Finished translating two film scripts from English and Spanish into French which will be premiered next year, subtitled three Spanish series to be released soon or within the next six months. And in the meantime, "Clandestino en España: Vida y Muerte en el Mediterráneo" was released on DMAX and Discovery Channel, as well as "Adú" de Salvador Calvo, produced by Paramount Pictures Spain and "El Palmar de Troya", produced by AtresMedia and The MediaPro Studio, on Movistar+. Also worked on several articles for an EU-funded online newspaper and translated marketing-related content for the few agencies I'm collaborating with on a daily basis....more, + 11 other entries »
Translator from English/Spanish into French - Master's degree in Multidisciplinary Translation - CAT Tool : WordFast
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espagnol vers français: Zamora : la lutte des femmes contre le dépeuplement General field: Art / Littérature Detailed field: Journalisme
Texte source - espagnol Zamora: mujeres en lucha contra la despoblación
La provincia de Zamora corre el riesgo de convertirse en un desierto demográfico. En esta región donde más del 35% de la población vive en pueblos de menos de mil habitantes, encontrar mujeres menores de cuarenta años se ha convertido en un desafío. Estas son algunas de las historias, luchas y sueños de quienes, sin saberlo, han iniciado una revolución silenciosa en una tierra tradicionalmente habitada por hombres.
“No quiero desarrollar mi vida en Zamora. Se te queda pequeño”, responde muy tajante Emma al imaginar cómo sería su vida si nunca abandonase la provincia en la que nació. Tiene veintiún años y es originaria del pueblo zamorano de Villardeciervos, un lugar en el que según el Instituto Nacional de Estadística (INE) viven 418 personas. Pero Emma ya no es una de ellas. Desde hace unos años reside junto a su familia en Zamora capital, adonde se mudaron por motivos laborales. Un cambio que, sin embargo, no tuvo nada de traumático: “No quiero volver al pueblo ni a pasar el verano. Quizá un día o dos y a poder ser con coche” cuenta desde la terraza del Restaurante del Puerto Deportivo de Ricobayo, un pueblo de menos de cien habitantes que en verano atrae a muchos más. Allí trabaja de camarera durante los meses estivales junto a otras compañeras que tampoco alcanzan los veinticinco años. Un hecho que no llamaría la atención de no ser porque Zamora tiene el índice de envejecimiento más alto de España, lo que la convierte en una de las provincias más complicadas a la hora de encontrar jóvenes.
A la provincia de Zamora se la ha comparado recientemente con la llamada “Laponia del Sur”, también conocida como Laponia española, un término con el que se designa coloquialmente a una región compuesta por las provincias de Guadalajara, Soria, Teruel, Cuenca y una parte de Valencia. En ellas el índice de población es menor a ocho habitantes por kilómetro cuadrado, al igual que en Zamora (en La Laponia del norte no alcanzan los dos). Una realidad que, debido al envejecimiento de la población, la escasa inmigración y la marcha de los jóvenes -en mayor medida mujeres- avanza a pasos agigantados provocando un desierto demográfico. Según la ONU, en 2050 dos tercios de la población mundial vivirá en áreas urbanas. Un hecho al que Zamora no parecer ser indiferente.
“O te vas fuera o te quedas y te mueres del asco”.
El coche, tal y como mencionaba Emma, es precisamente una de las palabras más repetidas por estas tierras. El día a día en entornos rurales se antoja muy difícil si no dispones de vehículo propio. Las grandes distancias y la baja densidad de población hacen que sea casi imposible la existencia de un transporte público con el que ir a trabajar, a estudiar o al médico. Por eso, cada fin de semana, tanto Emma como su amiga y compañera Andrea, recorren en el coche de la madre de Emma los veinticinco kilómetros que distan entre la ciudad Zamora, donde viven y estudian, y Ricobayo. Ambas han estudiado un grado formativo de laboratorio. Emma ha continuado sus estudios universitarios de enfermería en Zamora (Universidad de Salamanca), al ser uno de los diez grados que pueden estudiarse en el campus de esta ciudad castellana y leonesa. Sin embargo, no es la tónica habitual entre los jóvenes estudiantes. Una buena parte de sus amigos se ha ido a Madrid o Salamanca. Ambas critican que para seguir estudiando tienes que hacerte a la idea de que antes o después te tocará coger las maletas: “En Zamora no hay trabajo de lo nuestro. De hostelería sí que hay, pero si tienes estudios no puedes aspirar a más”, afirma Andrea. Su pesimismo crece cuando le preguntamos sobre los pueblos: “No tienes opciones para hacer nada. Acabas el colegio y te tienes que ir a otro pueblo. O te vas fuera o te quedas y te mueres de asco, (…) o trabajas en la hostelería o el ganado”, dice Andrea sentada junto a Emma.
Esta complejidad se agrava por el hecho de ser mujeres: “Me sigue sorprendiendo mucho que las personas tengan ese pensamiento retrógrado y machista, sobre todo ahora que el feminismo está tan en auge. Entiendo que antes, mi madre o mis abuelos, solo conocían lo que te contaban, pero ahora con la cantidad de recursos que tienes para informarte, que la gente siga pensando así…. Es por la educación que se sigue recibiendo”, afirma Emma. Desde un punto de vista profesional, las mujeres lo tienen más difícil, ya que muchos trabajos siguen considerándose de hombres. En especial, en estos entornos rurales: “No hay nadie que te diga que no puedes cuidar el ganado, pero si lo haces ya eres diferente y hablan de ti”, afirma Emma.
La percepción de Emma no es una mera apreciación personal. La realidad es que, a diferencia de los entornos urbanos, en la población rural hay un desequilibrio en la balanza demográfica y el peso se decanta con claridad hacia el lado masculino. Si echamos un ojo a la población zamorana que vive en municipios rurales, es decir, todos menos la capital, más Benavente (18.095 personas) y Toro (8.789) vemos que por cada cien hombres hay 94 mujeres, mientras que la media nacional es de 104 mujeres por cada cien hombres. Esa diferencia es aún más sensible entre los jóvenes entre 20 y 29 años, puesto que en los entornos rurales de Zamora, habitan 88 mujeres jóvenes por cada cien hombres jóvenes, según datos del INE de enero de 2017.
La masculinización rural
Esta no es una particularidad de la provincia zamorana, sino que es un problema mucho más amplio, un rasgo característico de todos los entornos rurales. La profesora de la Universidad de Valladolid Rosario Sampedro ha estudiado en profundidad este fenómeno y, junto a otros autores, en sus investigaciones se refiere a él como “masculinización rural”. Durante muchos años, esta preponderancia masculina se ha explicado a partir de dos generalizaciones: una mayor inclinación de las mujeres por vivir en la ciudad y la predominancia de los trabajos considerados de hombres. De forma paralela, también se achaca la inmigración femenina a una estrategia de las familias rurales. En ella, se formaba a los hijos varones en el cuidado del ganado o las tierras, con vistas a una futura herencia, mientras que a las hijas se les dotaba de una educación que, posiblemente, no pudieran aplicar de manera práctica en el entorno rural.
Aunque existen evidencias de esto último, también las hay de que, precisamente, son las mujeres con menor nivel educativo quienes más dejan atrás el campo en busca de ofertas laborales. En la mayoría de los casos, la mayor parte de políticas para “fijar” a las mujeres al territorio rural pasa por el autoempleo, que monten un negocio, pasen a gestionar el familiar o se incorporen a sectores que tradicionalmente se han asociado al hombre, como la agricultura. “Hay personas a las que les gustaría vivir en un pueblo o seguir viviendo en uno, y no lo hacen por falta de oportunidades laborales, oferta de viviendas, falta de equipamientos educativos y sanitarios…”, cuenta Rosario. A lo que añade: “Supongo que si aceptamos que es bueno que los pueblos no desaparezcan hay que promover políticas muy activas de apoyo al empleo rural – y aquí el tema de Internet en el medio rural es estratégico. También ser conscientes de que cerrar una escuela o un centro de salud en un pueblo por razones de supuesta eficiencia económica, puede ser muy caro a medio y largo plazo, porque acaba expulsando a la población”, matiza.
Uno de estos avances es la Ley de Titularidad Compartida. Su aprobación en 2011 supuso un hito en la visibilización de las mujeres agricultoras que durante tantos años trabajaron la tierra junto a sus maridos, pero que al final carecían de derechos y retribuciones. La medida facilitaba, por fin, que las mujeres apareciesen como propietarias en las explotaciones. En el momento de su publicación, prometía ser como agua de mayo para el medio rural y una oportunidad única para que el campo dejase de ser un universo masculino. Ocho años después, la realidad ha mostrado que en Castilla no ha llovido a gusto de todos. Las asociaciones de mujeres rurales reclaman dar más pasos en materia de igualdad y hasta el propio Ministro de Agricultura ha reconocido que esta medida no ha sido tan efectiva como se esperaba puesto que en todos estos años, poco más de cuatrocientas explotaciones se han registrado en este régimen, según datos oficiales del propio ministerio.
La otra medida estrella para visibilizar y favorecer la independencia y emprendimiento de las mujeres rurales ha venido de la mano de la conocida como tarifa plana para los autónomos. Durante veinticuatro meses, los nuevos autónomos en municipios de menos de 5.000 habitantes pagarán una cuota de cincuenta euros mensuales y, en el caso de mujeres menores de 34 años, esta medida se amplía durante un año más con una serie de bonificaciones fiscales. ¿Las críticas? Que no tiene carácter retroactivo, que no puedes acceder a ella si ya has estado dado de alta como autónomo en algún otro momento (algo muy habitual en el mundo rural) y que después de esos tres años vuelves a estar sola ante el peligro: “Yo tengo la suerte de que nunca me di de alta como autónoma. Conozco a una chica que hace pollo ecológico y en su día se dio de alta en un bar y ya no lo apoyan económicamente”, cuenta Rocío en relación a la tarifa plana.
¿Te vendrías a cuidar ovejas los 365 días del año?
Rocío espera en la puerta de su nave, a las afueras de Prado, un pueblo de 55 habitantes en el que mires donde mires, las vastas extensiones de terreno siempre sobrepasan a lo que la vista alcanza. Casada y con dos hijos, esta zamorana de 37 años ha dado muchas vueltas hasta que ha decidido hacer de su tierra natal su hogar definitivo. “Para muchos padres, el que sus hijos se queden aquí es una bajeza y es algo que viene inculcado desde la propia familia”, cuenta de forma pausada y sin atisbo de rabia. A pesar de ser sábado, tiene trabajo por hacer, pero no le importa que una entrevista le interrumpa la jornada. Mientras, su padre de 69 años pela ajos en el interior de la nave, su marido atiende una feria agrícola en el norte de España y sus hijos se quedan en casa con la abuela. “Yo no sé por qué el Gobierno no incentiva a que la gente se quede en esto tan abandonado”, cuenta. “Bueno sí”, añade, “creo que lo que quieren es que se convierta en un desierto para hacer macrogranjas”. Una sensación muy habitual entre los habitantes de municipios rurales es que la política vive de espaldas a sus necesidades, centrándose en las grandes ciudades, que al fin y al cabo es donde vive la gran parte del electorado.
Para qué esforzarse por los pequeños pueblos si dentro de unos años todos viviremos en unas pocas metrópolis: “El Gobierno dice que todo lo hace por la despoblación. Estoy todo el rato oyendo cosas por la radio, pero ¿qué hacen en realidad? Yo no veo que hagan ningún tipo de movimiento. La gente joven prefiere irse de guardia de seguridad a la ciudad por ochocientos euros que montar algo aquí”, dice.
En este sentido, Rocío rompe con la tendencia. Tras dedicar toda su juventud al baloncesto, con el esfuerzo adicional que suponía el viajar todos los días desde su pueblo hasta Zamora para los entrenamientos, una oportunidad la impulsó a dejar atrás su pueblo. “Cuando salía del Instituto en Villalpando (1.519 personas), viajaba una hora de bus hasta Zamora, hacía los deberes en una academia, entrenaba de ocho a diez y luego un taxi me traía de vuelta porque mi padre no tenía tiempo de ir a recogerme”. Cuando cumplió los dieciocho tuvo la oportunidad de seguir jugando en otros lugares como Cáceres, Ourense y Bilbao. Con los años, decidió mudarse al País Vasco, donde vivía su novio -ahora marido- también originario de Zamora. Allí estuvo unos años trabajando en el área de atención al cliente de una gran compañía eléctrica. Cuando su marido perdió el trabajo, su padre estaba a punto de jubilarse y dejar una explotación agrícola, por lo que pensaron, ¿por qué no volver y retomar su labor en el campo?
Lo hicieron y emprendieron un negocio de agricultura ecológica basada en productos como el ajo o los garbanzos. “Nadie entendía cómo dejas la ciudad y tu puesto de trabajo para venir a cultivar al campo (…)Para ellos es un desprestigio volver, aunque allí estés malviviendo”. ¿La recompensa? “Yo he estado en la ciudad y la libertad que tengo aquí no la tengo allí”, afirma rotunda aunque sin perder la templanza que le caracteriza. La determinación de Rocío por que las cosas cambien en un entorno tradicionalmente dominado por hombres, le ha valido alguna que otra crítica. “Todavía me ven con el tractor y se echan las manos a la cabeza” cuenta entre risas por lo tragicómico de la situación. Ella es una de las solicitantes de la Ley de Titularidad Compartida por la que comparte el 50% de su negocio con su marido. “Aquí las chicas suelen dedicarse a ayuda domiciliaria. Muchos de sus padres tienen ovejas y podrían quedarse con ellas, pero no lo hacen y, por ejemplo, se van a trabajar a una residencia”.
En el caso de aquellas jóvenes que quieren dedicarse a otro sector o continuar con sus estudios, la salida es un mero pasaporte en busca de cumplir con sus aspiraciones. “Nosotros estamos construyendo una casa. Ya estamos pensando en hacerla con una habitación en la planta baja porque nuestros hijos se van a ir con dieciocho años. Das por hecho que harán las maletas. Así nos ha pasado a todos”.
En sus respuestas se desliza la crítica al conformismo de una tierra que parece haber asumido su destino y ya no tiene fuerzas para luchar por un cambio. “En Francia si deciden que no venden leche, no lo hacen y no dejan pasar la de fuera. Aquí no. La cultura de Tierra de Campos y de Castilla, en general, es decir que hagamos lo que hagamos nos va a dar igual. A nivel político pasa lo mismo y así nos va. Nosotros lo decimos, vamos a manifestaciones, aunque seamos cuatro. Lo haces porque estás concienciado, pero al final piensas que estás dejando de trabajar para un bien común que nadie apoya. Aquí es muy habitual. Los mineros al menos queman cuatro ruedas y salen en la prensa”.
Rocío transmite una normalidad absoluta a la hora de explicar cómo es su vida, cómo es su día a día. Sin artificios, sin exageraciones pero, a la vez, con la certeza de quien ha vivido en el mundo rural y también en el urbano: no todo el mundo sería feliz en un pueblo. “Te tiene que gustar vivir en el campo, porque si no te gusta, aquí te mueres”. Hace una pausa, se muerde los labios y nos mira. “¿Vivirías aquí y te vendrías a cuidar los 365 días del año ovejas?”
Viaje solo de ida
Entre Portugal y España, de norte a sur hay más de mil kilómetros de frontera. Es precisamente su estrechez la que hace que comúnmente se la conozca como La Raya (A raia en gallego y portugués). Más de mil kilómetros de aguas, fauna, flora y costumbres compartidas tras siglos de convivencia entre España y Portugal. Fue precisamente, aquí, en Zamora, en 1143 donde se decidió poner paz entre unos y otros y reconocerse la soberanía portuguesa, a través de la firma del Tratado de Zamora. Hoy, es un dato más. Pero la cercanía con el país vecino hace que esta provincia tenga mucho de portuguesa, y viceversa. En muchas ocasiones, los habitantes de los pueblos colindantes cruzan la frontera para trabajar al otro lado. E incluso a veces lo hacen para que la cobertura de Internet llegue mejor.
La primera vez que Sofi vino a Zamora lo hizo para trabajar en la hostelería durante un verano. Atrás dejaba su Portugal natal en busca de oportunidades que allí no había encontrado. Le gustó tanto que decidió quedarse, alargándolo un poco más al encontrar también a su pareja con quien vive hoy a las afueras de San Vitero, un pueblo de 520 habitantes. Aquí regenta una peluquería instalada en su propia casa. “A mí me gusta esto, la tranquilidad y la paz”, dice Sofi rápido y con un acento luso apenas perceptible. En Portugal estudió administración y negocios, un ámbito que no ha dudado en poner en práctica en su lucha para que otros jóvenes como ella puedan quedarse en pueblo que corre el peligro de desaparecer.
“Intentamos que la gente joven no se marche. Todo el mundo cree que no hay que abrir negocios porque dentro de cinco años no habrá nadie en el pueblo. Esa es la mentalidad de ahora”, cuenta. Sin embargo, Sofi cree que muchos jóvenes cambiarían la ciudad por el campo si les ofrecieran una oportunidad laboral que les brindara estabilidad y calidad de vida. “Se está muriendo la gente de ochenta años, ¿por qué no invertimos en los jóvenes?”. Algunas de las medidas sí han parecido funcionar. “El alcalde hizo la propuesta de traer familias con niños para que el colegio no cerrase, porque si no había cuatro niños se cerraba. Y al final, esa iniciativa ha funcionado”.
En su cabeza bullen miles de ideas empresariales en esta región rica en vinos, carnes, quesos y setas. “Si no hay ayudas, ¿para qué me voy a comprar cuarenta cerdos?. No los podré mantener. Así es como los pueblos se acaban. Por otro lado, aquí hay industrias, pero es de hombres, por eso las mujeres se van”. Esta frase de Sofi encaja a la perfección con la visión de Rocío de Emma y con los estudios sobre la masculinización rural. El planteamiento tradicional asume que todos los sectores que generan mayor riqueza y son el núcleo económico de los pueblos pertenecen a los hombres, mientras que las mujeres desempeñan tareas importantes en la rutina diaria, pero sin grandes efectos en la economía local.
“Se está muriendo la gente de ochenta años ¿por qué no invertimos en los jóvenes?”
Desde el banco de madera en el que se sienta se ve el huerto, y a lo lejos el pueblo. Su hablar es directo, rápido y seguro. Enlaza una idea con otra a un ritmo vertiginoso, pero toda esa seguridad se convierte en rubor cuando ve aparecer una cámara. No es muy fan de las fotos, ella prefiere una vida más alejada de los focos, del ruido o del ritmo de la ciudad. En un rato cogerá el coche para bajar a ver a sus amigos, con quienes ha planeado la tarde de sábado. “No podría irme a vivir a Zamora o a Madrid. Lo tengo claro”, dice, mientras se pregunta por lo que vendrá en un futuro incierto. “Soy partidaria de decirle a la gente que dentro de cinco años no va a haber nadie, porque si no hacemos nada por supuesto que va ser así. Es que a lo mejor dentro de cinco años a lo mejor no estoy ni yo, aunque espero que no”.
¿Por qué se van las mujeres? Es una pregunta que lleva haciéndose bastante tiempo Margarita Rico, profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de Palencia (UVa) y experta en desarrollo y mujer rural. Ella también es una de esas mujeres que ha decidido vivir en un pueblo, en su caso, de la provincia de Palencia. “Es la única forma de vida que entiendo. Tranquilidad, salubridad, calidad del aire, silencio y sobre todo, convivencia”, cuenta al otro lado del teléfono. “La modernización de la sociedad ha hecho que se desprecie vivir en los pueblos. Se valora el consumismo, las apariencias, el salir bien en las redes sociales. Cuando voy a los institutos a hablar sobre desarrollo rural, muchos jóvenes me miran y me dicen que se quieren ir del pueblo porque aquí no hay centros comerciales. ¿Prefieren de verdad eso al bienestar de vivir en un pueblo? No se dan cuenta de lo que tienen. Solo de lo que carecen”. A lo que añade: “La Administración tiene mucha culpa de este abandono, no apoya el medio rural. No lo hacen porque no hay votantes. Nuestros pueblos no les importan”.
Por amor al vino
A una hora de coche de San Vitero en dirección sur nos espera Liliana. El pueblo se llama Villar del Buey, en él viven 579 habitantes y además de hacer frontera con Portugal, su término municipal está integrado en el Parque Natural Arribes del Duero. Este es un entorno natural hacia el que huyen urbanitas en busca de unos días de tranquilidad a orillas de un río Duero que, rodeado de viñedos y encinas, transcurre en un zigzag pausado entre España y Portugal. La quietud y mirada amable del foráneo contrasta con la severa percepción de sus propios habitantes: “Una de las cosas más duras es la presión del entorno. Parece que se ha hecho una selección natural a la inversa, y aquí solo se ha quedado el que no ha podido irse. Por eso, para muchas personas como mi suegro, volver es… una ida de olla”, cuenta esta asturiana de 39 años, mientras nos muestra sus viñedos de más de cien años de antigüedad. Sus hijas, Lola y Vera, corretean entre las cepas detrás del perro sin atisbo de aburrimiento o de extrañeza por ser dos de las tres únicas niñas del pueblo. “¿Acaso estábamos mejor viviendo en Madrid con horario partido y sueldo fijo?”, se pregunta.
Casada y con dos hijas, dio la vuelta al mundo por amor al vino. Liliana estudió Ingeniería de Montes en Ávila pero ahora trabaja en el sector vinícola junto a su marido en unos viñedos que pertenecían al abuelo de éste. Tras vivir en Madrid unos años, sentir los efectos de la crisis y comenzar a estudiar de nuevo, una oportunidad laboral les llevó a California y más tarde a Australia. “En Estados Unidos nos miraban con incredulidad al decir que aquí se están abandonando viñas de cien años. Allí una viña así no se utiliza para un vino de menos de cien dólares. Y ellos compiten con nosotros en Europa y venden todo el vino que producen. Nosotros (los españoles) metemos en cooperativas litros y litros de vino de gran calidad, que luego se va a Italia o Francia donde lo etiquetan como propio, nos lo devuelven y se quedan tan anchos”. ¿Por qué? “Porque son mejores vendedores”, cuenta.
Tras un tiempo, decidieron volver al pueblo y en 2015 empezaron su propio negocio de vino ecológico. Algo que, una vez más, fue tachado de locura por su entorno. “Mi familia asturiana está muy convencida del proyecto pero los que son de aquí y han vivido la pobreza de la tierra, la escasez y la necesidad, lo llevan peor. ¿A qué se debe esta depresión colectiva?” le preguntaba a su marido. “Es como una falta de orgullo. Es algo cultural. Aquí se ha pasado mucha hambre”.
“Estamos la mitad del tiempo contentos y la otra mitad acojonados”.
El perfil de Liliana cumple a la perfección con el prototipo descrito por la profesora Sampedro de mujer con un un nivel educativo-medio alto con los conocimientos necesarios para gestionar una pequeña empresa. Liliana tiene competencias para hacer cualquier cosa: mandar mails a los compradores, presentar el vino en hoteles de lujo o vendimiar. “Es verdad que no es fácil entrar en este medio rural sin tener un enganche familiar o empresarial”, dice. En su caso, el vino fue el nexo de enlace perfecto aunque es consciente de la dureza del lugar. “Los únicos proyectos que se han creado han sido cementerios nucleares porque la despoblación ha sido tan fuerte desde hace tantos años, y los suelos son graníticos…”.
Aun así su optimismo contrasta con la realidad. “Yo creo que en otros países no les pasa pero aquí tenemos poco orgullo de lo que tenemos en los pueblos. Hay que hacer un cambio de mentalidad”, dice Liliana. Luego matiza: “Sí, es verdad, a nivel de país tenemos un montón de problemas pero también tenemos muchas cosas buenas”. A lo que añade: “Todo cambia más rápido de lo que cambia nuestra mentalidad. Hay Internet y tenemos el AVE (Tren de alta velocidad) y eso hay que aprovecharlo. Económicamente es mucho más exigente vivir en Madrid. Aquí con un salario vives perfectamente”. Sin embargo, junto al negocio vinícola también hacen laborales relacionadas con su formación como ingenieros. “Estamos la mitad del tiempo contentos y la otra mitad acojonados por haber venido y habernos gastado los ahorros. Pero es algo que nos ha gustado siempre y también por ver a las niñas crecer aquí”.
Liliana responde con el optimismo y amplitud de miras propios de una persona que ha podido conocer realidades y casos de éxito que pretende implantar en una tierra que se mira a sí misma con hastío. Esa visión no pinta todo de color de rosa ni oculta una fuerte dosis de un realismo que coincide con la opinión de Rocío de que no todo el mundo podría vivir en el campo: “También es verdad que en los pueblos se pasa mucha angustia y no todo el mundo vale para esto”. Una vez asumidas las propias características de la vida en el campo, ella cree en una ruralidad flexible, alejada de esa visión tan monolítica que a veces se percibe desde la ciudad: “La gente cree que al volver al pueblo venimos aquí a encerrarnos, pero no. Estamos muy en contacto con otros países. Vienen a visitarnos muchos enólogos portugueses, franceses, estonios, americanos y chinos que están interesados por el lugar, nuestra filosofía y la forma de trabajar. Y eso nos enriquece mucho”.
Que algunos hábitos o ritmos sean diferentes respecto a la ciudad, no está ni mucho menos reñido con la idea de una modernidad rural donde las fronteras, distancias y relaciones son mucho más líquidas: “Las diferencias cada vez menos marcadas entre juventud rural y urbana no son sino la expresión de las fronteras cada vez más borrosas entre el mundo rural y el mundo urbano. A la desaparición de esas fronteras contribuye el hecho de vivir en una sociedad “itinerante”, en la que la movilidad es ya una parte esencial de la realidad de los pueblos españoles. El medio rural asiste a un verdadero trasiego de gente que viene y va, para trabajar, para descansar, para divertirse, para estudiar, para veranear o invernar, durante la semana o el fin de semana, o en las vacaciones”, señala Sampedro en su trabajo académico Cómo ser moderna y de pueblo a la vez’.
La duda que subyace tras este optimismo de Liliana es, al igual que Sofi o Rocío, si su esfuerzo y dedicación serán acompañados de otras personas y proyectos con ganas de salir adelante en el entorno rural o, si por el contrario, serán unas pocas luces en la oscuridad: “Yo no sé si el mundo rural está en un punto de no retorno porque la UE ha metido fondos con los programas PRODER o LEADER. Los primeros años te pagaban el 100% de la inversión, ahora están pagándote el 20 o 30% ¿Tú, en Madrid, te pones a hacer algo y te dicen que te pagan el 20%? No. ¿Entonces, por qué nadie viene?”, se pregunta Liliana. Nada garantiza que estos lugares queden reducidos a un decorado salvaje y abandonado en manos de la naturaleza. A un paisaje que sólo se vislumbre tras la ventanilla del coche.
Lo que sí que es seguro es que tanto Liliana, como Rocío y Sofi cumplen a la perfección el perfil de mujeres valientes con las capacidades de producir pequeños cambios en su entorno. Son ellas las que, junto a otras más, han iniciado sin apenas darse cuenta una revolución silenciosa que muestra que no todo está perdido en la España vacía.
*Los autores desean agradecer a Esmeralda, Sonia, Miriam y Nuria por su tiempo y por compartir su historia aunque ésta no salga en el reportaje.
Traduction - français Zamora : la lutte des femmes contre le dépeuplement
La province de Zamora risque de devenir un désert démographique. Dans cette région d’Espagne, plus de 35% de la population vit dans des zones de moins de 1 000 habitants. Trouver des femmes de moins de quarante ans est devenu un véritable défi. Histoires, luttes et rêves de celles et ceux qui, sans le savoir, ont initié une révolution silencieuse, sur une terre traditionnellement habitée par des hommes.
« Je ne veux pas vivre toute ma vie à Zamora. Ça devient trop petit pour nous », affirme avec force Emma, en imaginant ce que serait sa vie si elle ne quittait jamais sa province natale. Elle a 21 ans et est originaire de Villadeciervos, une ville qui ne compterait que 418 âmes, selon l'Institut national de statistiques espagnol (INE). Mais Emma n'en fait plus partie. Elle vit depuis quelques années avec sa famille à Zamora, la capitale, où ils ont déménagé pour le travail. Un changement qui n’a cependant rien de traumatisant : « Je ne veux pas retourner au village, même pas pour y passer l'été. Peut-être un jour ou deux, et encore, avec une voiture, si possible », raconte-t-elle, à la terrasse du restaurant du port de plaisance de Ricobayo, une ville de moins de cent habitants qui attire beaucoup plus de gens en été. Elle y travaille comme serveuse pendant l'été avec d’autres collègues qui, elles aussi, ont moins de vingt-cinq ans. Un fait qui n’attirerait pas spécialement l’attention si Zamora n'avait pas l’indice de vieillissement le plus élevé de toute l'Espagne, devenant l’une des provinces les plus compliquées du pays pour les rencontres entre jeunes.
La province de Zamora a récemment été comparée à « la Laponie du sud », également connue sous le nom de « Laponie espagnole », terme qui désigne familièrement une région composée des provinces de Guadalajara, Soria, Teruel, Cuenca et une partie de Valence. La densité de population y est inférieure à huit habitants au kilomètre carré, comme à Zamora. Une réalité qui progresse à pas de géant, créant un véritable désert démographique. En cause, le vieillissement de la population, la faible immigration et l'exil des jeunes - des jeunes femmes, dans une plus large mesure. Selon l'ONU, en 2050, deux tiers de la population mondiale se concentrera en zone urbaine. Un fait auquel Zamora ne semble pas indifférente.
« Soit tu pars, soit tu restes et tu meurs dégoûtée. »
La voiture, dont Emma parlait, est précisément l'un des mots les plus répétés dans la région. Le quotidien en milieu rural semble très difficile sans véhicule. Les grandes distances et la faible densité de population rendent presque impossible l'existence de transports en commun pour se rendre au travail, pour étudier ou pour aller chez le médecin. Ainsi, chaque week-end, Emma et son amie Andrea empruntent la voiture de la mère d’Emma pour parcourir les vingt-cinq kilomètres qui séparent la ville de Zamora, où elles vivent et étudient, et Ricobayo. Toutes deux ont une formation de technicienne de laboratoire. Emma a poursuivi ses études universitaires en soins infirmiers à Zamora (Université de Salamanque, nldr), ce cursus faisant partie des dix pouvant être suivis sur le campus de cette ville de Castille-et-Léon. Toutefois, la tendance n'est pas habituelle chez les jeunes étudiants, et une bonne partie de ses amis sont partis dans les grandes villes, à Madrid ou à Salamanque. Emma et Andrea portent un regard critique sur le fait que, pour continuer à étudier, elles devront tôt ou tard faire leurs valises : « À Zamora, il n’y a pas de travail dans notre domaine. En hôtellerie il y a du boulot, mais pas vraiment destiné aux personnes diplômées », déclare Andrea. Son pessimisme croît au fil des questions : « Il n'y a absolument rien à faire. Tu finis l'école et tu dois t’en aller dans un autre village. Soit tu pars, soit tu restes et tu meurs dégoûtée (...). Soit tu travailles dans l’hôtellerie, soit tu deviens éleveuse », dit Andrea, assise à côté d’Emma.
Une complexité aggravée par le fait d'être une femme : « Les pensées rétrogrades et machistes des gens me surprennent toujours, surtout à notre époque où le féminisme est en plein essor. Je comprends qu’auparavant, ma mère ou mes grands-parents savaient seulement ce qu’on voulait bien leur raconter, mais aujourd'hui, avec la quantité de ressources dont on dispose pour s'informer, que les gens continuent à penser de la sorte... Le problème vient de l’éducation qu'on continue à recevoir », explique Emma. Du point de vue professionnel, les femmes ont plus de difficultés. De nombreux emplois sont encore considérés comme destinés aux hommes. En particulier dans ces milieux ruraux : « Personne ne va te dire que tu ne peux pas t'occuper du bétail, mais si tu le fais, tu es différente et ils parlent sur toi », déclare Emma.
Sa perception est loin d'être une simple appréciation personnelle. En réalité, la population rurale, contrairement à son homologue urbaine, présente un déséquilibre démographique. La balance penche clairement du côté des hommes. En regardant la population de Zamora qui vit dans des municipalités rurales, c’est-à-dire la quasi-entièreté, exception faite de la capitale, de Benavente (18 095 habitants) et de Toro (8 789 personnes), on constate que pour cent hommes, il y a 94 femmes, alors que la moyenne nationale se situe aux alentours de 104 femmes pour cent hommes. Cette différence est rendue plus visible encore dans la tranche d'âge de 20 à 29 ans, car dans les zones rurales de Zamora, il y a 88 jeunes femmes pour cent jeunes hommes, selon les données de l'INE de janvier 2017.
La masculinisation rurale
Ce n’est pas une particularité de la province, mais un problème beaucoup plus vaste, caractéristique de toutes les zones rurales. La professeure de l'Université de Valladolid, Rosario Sampedro, a étudié ce phénomène en profondeur et parle, avec d'autres auteurs, dans ses recherches, de « la masculinisation rurale ». Pendant de nombreuses années, cette prépondérance masculine s'expliquait par deux généralisations : une plus grande propension des femmes à vivre en ville et la prédominance d’emplois considérés comme réservés aux hommes. Parallèlement, l’immigration féminine est également attribuée à une stratégie des familles rurales. Les enfants de sexe masculin étaient formés à la garde du bétail ou au travail de la terre en vue d'un héritage futur, tandis qu'on dispensait aux filles une éducation qui ne s’appliquait pas à la campagne, dans la pratique.
Bien qu'il existe des preuves qui vont dans ce sens, on remarque cependant une tendance claire des femmes les moins instruites à quitter le domaine, en quête d'emploi. Dans la plupart des cas, la majorité des mesures visant à « ancrer » les femmes aux zones rurales passent par le travail indépendant ; qu'elles créent une entreprise, qu'elles gèrent l'exploitation familiale, ou qu'elles rejoignent des secteurs traditionnellement destinés aux hommes, comme c’est le cas pour l'agriculture. « Il y a des gens qui aimeraient vivre dans un village ou continuer à y vivre, et qui ne le font pas faute d'emplois, de logements, de moyens d'éducation et de santé... », explique Rosario. Elle ajoute : « En admettant qu'il est bénéfique que les villages ne disparaissent pas, je pense que nous devons promouvoir des mesures de soutien beaucoup plus actives pour l'emploi à la campagne. C'est précisément là que le rôle d'Internet en milieu rural devient stratégique. Il faut également être conscient du fait que la fermeture d’une école ou d’un centre de santé d’un village, au nom de la soi-disant efficacité économique, peut coûter très cher à moyen et long terme, car elle finit par expulser la population », nuance-t-elle.
Une de ces avancées est la loi sur la copropriété. Son approbation en 2011 a été une étape importante dans la visibilité des agricultrices qui ont travaillé la terre avec leur mari pendant de nombreuses années, et qui ont manqué de droits et de rétributions. La mesure a finalement permis aux femmes de s'affirmer plus facilement comme propriétaires des fermes. Au moment de sa publication, la loi promettait d'arriver comme marée en carême pour le milieu rural, comme une occasion unique pour les campagnes d'être plus qu'un univers purement masculin. Huit ans plus tard, la réalité a montré qu’en Castille, la loi n’a pas été du goût de tous. Les associations de femmes de la région réclament plus de mesures égalitaires. Le ministre de l'Agriculture a même reconnu que la disposition n'a pas eu l'efficacité espérée. En effet, à peine un peu plus de quatre cent exploitations ont été enregistrées sous ce régime, selon les données officielles du ministère.
L'autre mesure va de pair avec la première. Il s'agit du tarif forfaitaire pour auto-entrepreneurs, mis en vedette pour rendre visibles les femmes de la campagne, favoriser leur indépendance et leur esprit d'entreprise. Pendant deux ans, les nouveaux travailleurs indépendants des communes de moins de 5 000 habitants paieraient cinquante euros par mois. Pour les femmes de moins de 34 ans, cette mesure serait reconduite pour une année supplémentaire avec une série de réductions fiscales. La critique ? Ces réductions n’ont pas d'effet rétroactif. Les jeunes femmes ne peuvent pas en bénéficier si elles ont déjà été enregistrées comme indépendantes auparavant (fait très courant dans le monde rural, nldr). Résultat : après trois ans, les travailleuses sont de nouveau seules face au danger: « J'ai la chance de ne jamais m'être inscrite en tant qu'indépendante. Je connais une fille qui élève des poulets bio et qui, à son époque, a ouvert un bar en tant qu'auto-entrepreneuse. Aujourd'hui, elle ne reçoit plus aucun soutien financier », déclare Rocío.
« Et toi, tu viendrais ici pour élever des brebis 365 jours par an ? »
Rocío attend à la porte de sa grange, non loin de Prado, un village de 55 habitants. Tout autour, de vastes terrains s'étendent à perte de vue. A 37 ans, mariée et mère de deux enfants, cette native de Zamora s'est longtemps demandée où vivre, jusqu'à ce qu'elle décide d'élire domicile sur sa terre natale à titre définitif. « Pour beaucoup de parents, le fait que leurs enfants restent ici est une honte. C'est quelque chose qui leur est inculqué par leur propre famille », dit-elle calmement, sans pointe de colère. Nous sommes un samedi, elle a du pain sur la planche, et pourtant elle se fiche bien qu'une interview vienne interrompre sa journée. Pendant ce temps, son père âgé de 69 ans pèle l'ail à l'intérieur, son mari assiste à une foire agricole dans le nord de l'Espagne, et ses enfants restent à la maison avec leur grand-mère. « Je ne sais pas pourquoi le gouvernement n'encourage pas les gens à rester dans ce lieu si abandonné », raconte-t-elle. « Enfin, si, ajoute-t-elle. Je pense qu'ils veulent que ça devienne un désert pour les grandes exploitations agricoles. » Un sentiment très répandu parmi les habitants des municipalités rurales : la politique tourne le dos à leurs besoins en se concentrant sur les grandes villes, où réside finalement la grande partie de l'électorat.
Pourquoi se donner de la peine de dynamiser les petits villages, si, dans quelques années, nous vivrons tous dans un nombre limité de métropoles ? « Le gouvernement dit qu'il fait tout son possible pour contrer le dépeuplement. Je l'entends souvent à la radio, mais, en réalité, que font-ils vraiment ? Je ne les vois pas lever le petit doigt. Les jeunes préfèrent aller en ville, devenir agents de sécurité et toucher huit cent euros, plutôt que de monter quelque chose ici », dit-elle.
En ce sens, Rocío ne suit pas la tendance. Après avoir consacré toute sa jeunesse au basketball, avec les efforts supplémentaires que supposent les allers-retours journaliers de son village à Zamora pour s’entraîner, une opportunité l’incita à quitter sa ville. « Quand j’ai quitté l’école à Villalpando (1 519 personnes), j’avais une heure de bus pour me rendre à Zamora, puis je faisais mes devoirs dans une académie, je m'entraînais de huit heures à dix heures, et un taxi me ramenait parce que mon père n’avait pas le temps de venir me chercher. » À ses 18 ans, elle a eu l’occasion de continuer à jouer ailleurs : Cáceres, Ourense ou Bilbao. Au fil des années, elle a décidé de s'installer au pays basque, où vivait également son petit ami, aujourd'hui son mari, lui aussi originaire de Zamora. Il y a passé quelques années à travailler au service clientèle d’une grande entreprise d’électricité. Quand son mari a perdu son emploi, son père s’apprêtait à prendre sa retraite et à laisser son exploitation agricole, et ils ont alors pensé : « Pourquoi ne pas retourner au village et monter quelque chose ? »
Et c'est ce qu'ils ont fait. Ils ont lancé une ferme biologique basée sur des produits tels que l'ail ou les pois chiches. « Personne ne comprenait pourquoi on quittait la ville et notre travail pour venir cultiver les champs (...). Pour eux, rentrer était une perte de prestige, même si on vivait mal là-bas. » Résultat ? « J'ai vécu en ville et la liberté que j'ai ici, je ne l'avais pas là-bas », affirme-t-elle, catégorique, sans toutefois perdre la tempérance qui la caractérise. La détermination de Rocío à changer les choses dans un environnement traditionnellement dominé par les hommes lui a valu des critiques. « Quand ils me voient avec le tracteur, ils se mettent encore les mains sur la tête », raconte-t-elle entre deux éclats de rire provoqués par la situation tragi-comique. Elle est l'une de celles qui bénéficient de la loi sur la copropriété, grâce à laquelle elle partage 50% de son affaire avec son mari. « Ici, les filles se consacrent généralement à l'aide à domicile. Beaucoup de leurs parents ont des moutons. Elles pourraient s'en occuper mais ne le font pas, et vont par exemple travailler dans une résidence. »
Dans le cas de ces jeunes femmes qui souhaitent se consacrer à un autre secteur ou poursuivre leurs études, la porte de sortie la plus simple est un passeport. C'est de cette manière qu'elles peuvent aspirer à réaliser ce qu'elles veulent. « Nous construisons une maison. Nous pensons la bâtir avec une pièce au rez-de-chaussée, car nos enfants s'en iront quand ils auront dix-huit ans. Nous tenons pour acquis qu'ils feront leurs valises. C'est ce qui s'est passé pour nous tous. »
On sent pointer la critique dans ses réponses. Celle du conformisme d'une région qui semble avoir assumé son destin et qui n'a plus la force de lutter pour le changement. « En France, s’ils décident de ne pas vendre de lait, ils ne le font pas, et ils bloquent celui en provenance de l’étranger. Pas ici. La mentalité à Tierra de Campos et en Castille, en général, consiste à dire : quoi qu'on fasse, ça reviendra au même. Au niveau politique, c'est exactement la même chose, c'est comme ça, on l'accepte. Nous, on le dit, on assiste à des manifestations, même si nous ne sommes qu'au nombre de quatre. Tu le fais parce que tu as conscience du problème, mais tu finis par penser qu’il vaut mieux arrêter de travailler pour une cause commune que personne ne soutient. C'est très habituel ça, ici. Les mineurs, eux, ils brûlent quatre pneus et font les gros titres. »
Rocío transmet un sentiment de normalité absolue lorsqu'il s'agit d'expliquer sa vie et son quotidien. Sans artifice, sans exagération, mais, en même temps, avec la certitude de celle qui a vécu à la fois dans le monde rural et dans le monde urbain : tous ne seraient pas heureux dans un village. « Tu dois aimer vivre à la campagne, parce que si tu n'aimes pas ça, ici, c'est la mort assurée. » Elle marque une pause, se mord les lèvres et nous regarde. « Et toi, tu viendrais ici pour élever des brebis 365 jours par an ? »
Le voyage n'est qu'un aller simple
Entre le Portugal et l'Espagne, entre Nord et Sud, il y a plus de mille kilomètres de frontière. C'est précisément l'étroitesse de celle-ci qui lui vaut le surnom de « La Raya » (« La ligne », « A raia » en galicien et en portugais, ndlr). Plus de mille kilomètres d'eau, de faune, de flore et de coutumes communes après des siècles de coexistence avec le Portugal. C'est précisément ici, à Zamora, en 1143, qu'il fut décidé de rétablir la paix entre les deux pays, et de reconnaître la souveraineté du Portugal par la signature du traité de Zamora. Aujourd'hui, c'est juste un fait anecdotique de plus. Mais la proximité du pays voisin fait que cette province est très portugaise, et vice versa. Souvent, des habitants de villages voisins traversent la frontière pour travailler de l'autre côté. Et parfois, ils le font même pour avoir une meilleure couverture Internet.
La première fois que Sofi est venue à Zamora, c'était pour travailler dans l'industrie hôtelière pendant un été. Elle avait quitté son Portugal natal à la recherche d'opportunités qu'elle n'avait pas trouvées là-bas. L'endroit lui a tellement plu qu'elle a décidé d'y rester, après avoir allongé encore un peu son séjour lorsqu’elle a rencontré son partenaire, avec qui elle vit aujourd’hui à la périphérie de San Vitero, un village de 520 habitants. Elle tient un salon de coiffure chez elle. « J'aime ça, moi, la tranquillité et la paix », dit Sofi rapidement, dans un accent lusitanien à peine perceptible. Au Portugal, elle a étudié l'administration et la gestion, un domaine qu'elle n'a pas hésité à mettre en pratique dans sa lutte, pour que d'autres jeunes comme elle puissent continuer à vivre dans un village menacé de disparition.
« Nous essayons d'empêcher les jeunes de s’en aller. Tout le monde pense qu’il n’est pas nécessaire de créer des entreprises, car dans cinq ans, il n’y aura plus personne ici. C’est la mentalité actuelle », dit-elle. Sofi pense toutefois que de nombreux jeunes troqueraient la ville pour la campagne s’ils se voyaient offrir un emploi alliant stabilité et qualité de vie. « Ceux de 80 ans sont en train de mourir, pourquoi n'investissons-nous pas dans la jeunesse ? » Certaines de ces mesures semblent avoir fonctionné. « Le maire a proposé d'attirer des familles avec enfants pour que l'école ne ferme pas, car s'il n'y avait pas au moins quatre enfants inscrits, elle allait fermer ses portes. Finalement, l'initiative a marché. »
Des milliers d'entrepreneurs bouillonnent d'idées dans cette région riche en vins, en viandes, en fromages et en champignons divers. « S'il n'y a pas de subventions, pourquoi achèterais-je quarante porcs ? Je ne serais pas en mesure de m'en occuper. C'est comme ça que les villages disparaissent. Ici il y a des industries, mais elles sont réservées aux hommes. C'est pour cette raison que les femmes s'en vont.» Cette phrase de Sofi correspond parfaitement aux observations de Rocío et d’Emma, ainsi qu’aux études sur la masculinisation rurale. L’approche traditionnelle suppose que tous les secteurs générant une plus grande richesse et constituant le noyau économique de la population appartiennent aux hommes. Les femmes, elles, effectueraient des tâches importantes au quotidien, mais sans grand impact sur l’économie locale.
« Ceux de 80 ans sont en train de mourir, pourquoi n'investissons-nous pas dans la jeunesse ? »
Depuis le banc de bois sur lequel on s'assoit, on aperçoit le potager, et au loin, le village. Le discours de Sofi est direct, rapide, plein d'assurance. Elle passe d'une idée à l’autre à un rythme vertigineux, mais cette audace se transforme en pudeur lorsqu'elle voit une caméra apparaître. Ce n’est pas une grande fan de photos, elle préfère une vie loin des projecteurs, du bruit et du rythme de la ville. Bientôt, elle prendra sa voiture pour aller voir ses amis, avec qui elle a planifié son samedi après-midi. « Je ne pourrais pas aller vivre à Zamora ou à Madrid. Pour moi, c'est clair comme de l'eau de roche », dit-elle, tout en se demandant ce que promet l'avenir incertain. « Je suis favorable à l'idée d'expliquer aux gens que dans cinq ans, il n'y aura plus personne ici. Si nous ne faisons rien, ça sera un fait, c'est certain. Peut-être que dans cinq ans, je ne serai même plus là, moi. Mais bon, quand même, j'espère qu'il n'en sera pas ainsi. »
Pourquoi est-ce que les femmes s'en vont ? Cela fait déjà un certain temps que Margarita Rico, professeure à l'École technique supérieure d'ingénierie agricole de Palencia (UVa), experte en développement, et femme de la campagne, se pose la question. Elle fait également partie de ces femmes qui ont décidé de vivre dans un village. Elle, c'est dans la province de Palencia qu'elle a décidé de faire sa vie. « C’est le seul mode de vie que je comprends. La tranquillité, la santé, la qualité de l’air, le silence et surtout, la vie commune, dit-elle à l’autre bout du téléphone. La modernisation de la société a fait que les gens rejettent l’idée de vivre au village. Les valeurs, c'est la surconsommation, les apparences, le paraître sur les réseaux sociaux. Quand je vais dans les écoles pour parler du développement rural, beaucoup de jeunes me regardent et me disent qu'ils veulent quitter le village, parce qu'ici, il n'y a pas de centre commercial. Préfèrent-ils vraiment cela au bien-être de la vie à la campagne ? Ils ne réalisent pas ce qu'ils ont entre les mains. Ils voient seulement ce qu'il n'ont pas. » Elle ajoute : « L’administration a une responsabilité considérable dans cet abandon, elle ne soutient pas le milieu rural. Et si elle ne le fait pas, c’est parce qu'il n'y a pas d'électeurs ici. Nos villages, ils s'en fichent. »
Par amour du vin
À une heure de route au sud de San Vitero, Liliana nous attend. Le village s'appelle Villar del Buey, il compte 579 âmes. Frontalier avec le Portugal, son territoire municipal est intégré au Parc naturel d'Arribes du Duero. Un environnement dans lequel les citadins à la recherche de quelques jours de tranquillité au bord du Douro peuvent échapper à la ville. Un fleuve entouré de vignes et de chênes, qui serpente calmement entre l’Espagne et le Portugal. Le calme et le regard aimable de l'étranger contrastent avec la perception sévère qu'ont certains de ses habitants. « Une des choses les plus difficiles à vivre est la pression de l'entourage. On dirait que la sélection naturelle s'est inversée. Qu'ici, seul celui qui n’a pas pu partir est resté. C’est la raison pour laquelle, pour beaucoup de gens comme mon beau-père, le retour est… un pétage de plomb», dit cette asturienne de 39 ans, tout en nous montrant ses vignes centenaires. Ses filles, Lola et Vera, courent derrière le chien entre les rangées, sans avoir l'air ni ennuyées, ni étonnées d'être deux des trois seules petites filles du village. « Peut-être que nous vivions mieux à Madrid avec un horaire entrecoupé et un salaire fixe ? », se demande-t-elle.
Mariée et mère de deux filles, elle a fait le tour du monde par amour du vin. Liliana a étudié le génie forestier à Ávila, mais elle travaille à présent dans le secteur vinicole avec son mari, dans des vignobles qui ont appartenu à son grand-père. Après avoir vécu à Madrid pendant quelques années, elle a ressenti les effets de la crise et a recommencé à étudier. Une opportunité d'emploi les a d'abord conduits en Californie, puis plus tard en Australie. « Aux États-Unis, ils nous regardaient avec étonnement quand on leur disait que certains abandonnaient des vignes centenaires par ici. Là-bas, on n'exploite pas un vignoble comme celui-ci pour un vin de moins de cent dollars. En Europe, bien qu’ils soient en concurrence avec nous, ils parviennent tout de même à vendre tout le vin qu'ils produisent. Nous (les Espagnols) mettons des litres et des litres de vin de haute qualité dans des coopératives qui vont ensuite en Italie ou en France, où on les étiquette comme il se doit. Puis ils nous le remboursent et font comme si de rien n'était. » Pourquoi ? « Parce qu'ils sont meilleurs vendeurs que nous », explique-t-elle.
Peu après, ils ont décidé de retourner au village. En 2015, ils ont lancé leur propre entreprise de vin biologique. Encore une fois, leur entourage a crié à la folie. « Le projet convainc réellement ma famille asturienne, mais ceux d’ici, qui ont vécu la pauvreté de la terre, la misère et les privations, ont plus de mal. Quelle est la cause de cette dépression collective ? , demande-t-elle à son mari. C'est comme un manque d'orgueil. C'est culturel. Ici, les gens crevaient de faim. »
« La moitié du temps, on est heureux, et l'autre moitié, on a les boules. »
Le profil de Liliana correspond parfaitement au prototype décrit par la professeure Sampedro. Celui d'une femme ayant un niveau d'éducation moyen et possédant les connaissances nécessaires pour gérer une petite entreprise. Liliana peut tout faire : envoyer des courriers à des acheteurs, présenter le vin dans des hôtels de luxe et vendanger. « Il est vrai qu'il n'est pas facile d'entrer dans cet environnement rural sans avoir un piston familial ou professionnel », dit-elle. Dans son cas, le vin était le filon parfait, bien qu'elle se rende compte de la dureté de l'endroit. « Ici, les seuls projets qu'ils ont mis sur pied ont été les cimetières nucléaires. Pendant tant d’années, le dépeuplement a été si fort… et puis les sols sont granitiques... »
Malgré tout, son optimisme contraste avec la réalité vécue.
« Ici, dans les villages, nous ne sommes pas fiers de ce que nous avons. Je ne pense pas que ça se passe comme ça dans les autres pays. Un changement des mentalités est nécessaire », déclare-t-elle. Pour ensuite nuancer : « Oui, c'est vrai, à niveau national, il y a beaucoup de problèmes. Mais nous possédons aussi beaucoup de bonnes choses (...). Tout change à une vitesse plus rapide que celle à laquelle évoluent nos mentalités. On a Internet, l'AVE (le TGV espagnol, ndlr), il faut en profiter. Économiquement, vivre à Madrid est beaucoup plus exigeant. Ici, avec un salaire modeste, tu vis très bien. » Toutefois, ils travaillent aussi dans le secteur du vin, en rapport avec leur formation d'ingénieur. « La moitié du temps, on est heureux, et l'autre moitié, on a les boules d'être venus ici et d'avoir dépensé toutes nos économies. Mais c'est quelque chose que nous avons toujours aimé. Et on l'a fait aussi pour que nos filles grandissent ici. »
Liliana répond avec l'optimisme et l'ouverture d'esprit d'une personne qui a pu connaître les réalités et les réussites que suppose l'implantation d'une entreprise dans une province qui se contemple avec ennui. Cette vision ne se veut pas toute rose. Elle n'occulte pas non plus la forte dose de réalisme qui coïncide avec l’opinion de Rocío, selon laquelle tout le monde ne pourrait pas vivre à la campagne : « Il est également vrai que dans les villages, l'angoisse est très forte, et que tout le monde ne se sent pas capable de la supporter. » Une fois les caractéristiques de la vie à la campagne acceptées, selon elle, et elle y croit, la ruralité peut être flexible, différente de cette vision monolithique que les citadins peuvent avoir : « Les gens pensent que quand nous retournons au village, nous venons pour nous y enfermer, mais ce n'est pas le cas. Nous vivons beaucoup au contact de pays étrangers. De nombreux viticulteurs portugais, français, estoniens, américains et chinois nous rendent visite, intéressés par le lieu, par notre philosophie et notre façon de travailler. Et cela nous enrichit énormément. »
Le fait que certaines habitudes ou rythmes diffèrent vis-à-vis de la ville n’est nullement en contradiction avec l’idée d’une modernité rurale où les frontières, les distances et les relations sont beaucoup plus fluides : « Les différences de moins en moins marquées entre les jeunes de la campagne et des villes ne sont que l'expression des frontières de plus en plus floues entre le monde rural et le monde urbain. La disparition de ces frontières contribue au fait de vivre dans une société "itinérante" dans laquelle la mobilité constitue d’ores et déjà un élément essentiel de la réalité du peuple espagnol. Le milieu rural assiste à un véritable flux de personnes qui vont et viennent pour travailler, se reposer, s'amuser, étudier, passer l'été ou l'hiver, pendant la semaine ou le week-end ou durant les vacances », souligne Sampedro dans son travail académique Comment être une personne moderne tout en étant d'un village.
Le doute qui subsiste face à l'optimisme de Liliana, comme c'est le cas pour Sofi ou pour Rocío, est de savoir si leurs efforts et leur dévouement s'accompagneront de ceux d’autres personnes, avec des projets qui veulent aller de l’avant dans le milieu rural. Ou si, au contraire, on ne peut y voir que des lumières éparses dans l'obscurité : « Je ne sais pas si c'est à cause des fonds que l'UE a levés avec les programmes PRODER et LEADER que le monde rural est arrivé à un point de non-retour. Les premières années, ils te reversaient 100% de ton investissement. À présent, ils vous remboursent seulement 20 ou 30%. Toi, tu entreprends quelque chose, et à Madrid ils te disent qu'ils te paieront 20% de ce que tu as investi ? Non. Et on se demande encore pourquoi personne ne vient ? », se demande Liliana. Rien ne garantit que ces lieux ne se réduisent qu’à ce décor sauvage et abandonné aux mains de la nature, à ce paysage que l'on ne peut distinguer qu'à travers les vitres d'une voiture.
Ce qui est certain, c’est que Liliana, Rocío et Sofi correspondent parfaitement au profil de ces femmes courageuses capables de provoquer de petits changements dans leur environnement. Sans s’en rendre compte, ce sont elles, avec d’autres, qui ont initié cette révolution silencieuse, un bouleversement qui montre que tout n’est pas encore perdu dans l’Espagne inoccupée.
*Les auteurs souhaitent remercier Esmeralda, Sonia, Miriam et Nuria pour leur temps et pour avoir partagé leurs histoires, même si celles-ci ne sont pas évoquées dans ce reportage.
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Études de traduction
Master's degree - Institut Supérieur de Traducteurs et Interprètes (ISTI)
Expérience
Années d'expérience en traduction : 8. Inscrit à ProZ.com : Aug 2018.
anglais vers français (Institut Supérieur de Traducteurs et Interprètes) espagnol vers français (Institut Supérieur de Traducteurs et Interprètes)
Affiliations
N/A
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Adobe Acrobat, Adobe Illustrator, Adobe Photoshop, CafeTran Espresso, CaptionHub, Microsoft Excel, Microsoft Office Pro, Microsoft Word, Powerpoint, Subtitle Workshop, Wordfast
Pratiques professionnelles
Taghi Bigdeli respecte les pratiques professionnelles ProZ.com's - Liste des pratiques.
Bio
Audiovisual translator, true movies, series and documentaries addict, I'm committed to ensuring crystal-clear communication with my clients and won't take for granted the freedom that I am enjoying as a freelancer. Here is a short list of some of my customers, amongst others: ARTE France, Movistar +, Globomedia, Mediapro, DMAX, Discovery Channel, 93 Metros, Ikiru Films, La Terraza Films y Flair Production. I also had the opportunity to work for Salvador Calvo, the director of 1898: Los últimos de Filipinas, on his new movie soon to be released. And don't forget to take a look at my customer feedback, the people I work for definitely describe my work better than I do.
Traducteur audiovisuel, consommateur compulsif de films, de séries et de documentaires en tous genres, touche-à-tout et féru d’art urbain, mon statut d’indépendant me permet de me distinguer des agences de traduction dans lesquelles la surmultiplication des intervenants empiète souvent sur la bonne communication – ô combien essentielle dans le secteur du cinéma et de la télévision – et sur la flexibilité de travail. Voici une liste non exhaustive de clients pour lesquels j’ai pu travailler : ARTE France, Movistar+, Globomedia, Mediapro, DMAX, Discovery Channel, 93 Metros, Ikiru Films, La Terraza Films et Flair Production. En ce qui concerne la traduction cinématographique à proprement parler, j’ai eu la chance de pouvoir collaborer sur le dernier film de Salvador Calvo, le réalisateur de 1898 : Los últimos de Filipinas, qui devrait sortir en décembre. N'hésitez pas à lire les commentaires laissés par mes clients, je sais pertinemment que personne n'aime acheter un chat dans un sac et ce sont eux qui me vendent le mieux, au fond.
Traductor audiovisual adicto al cine, a las series, a los documentales y amante del arte urbano, siempre valoraré la buena comunicación con mis clientes y la flexibilidad que me ofrece ser autónomo. Muy brevemente, he tenido la oportunidad de trabajar, entre otros, para ARTE France, Movistar +, Globomedia, Mediapro, DMAX, Discovery Channel, 93 Metros, Ikiru Films, La Terraza Films y Flair Production. En cuanto a la traducción cinematográfica, he llegado a colaborar en la última película de Salvador Calvo, el director de 1898: Los últimos de Filipinas, que se estrenará en diciembre. No duden en echar un vistazo a los comentarios de mis antiguos clientes, ya que son ellos los que mejor hablan de mí.